“Las universidades son más democráticas si las mujeres tienen mayor participación en los rectorados”
En el marco del Día Internacional de la Mujer, “CONADU en el medio” entrevistó a Pablo Gentili, docente, investigador y actual Secretario Ejecutivo Adjunto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Sede Brasil), con quien reflexionamos sobre la igualdad de género en el gobierno de las universidades latinoamericanas.
– Cristina Pauli (CP): Nos resultó muy interesante tu aporte en el blog del diario español El País sobre la desigualdad de género en las universidades (ver “Desigualdades de género, hipocresías de género”). ¿Cómo surge la idea de hacer este artículo?
Pablo Gentili (PG): La reflexión sobre la desigualdad de género en las universidades surge a partir de un informe sobre el Desarrollo Mundial 2012 producido por el Banco Mundial. El Banco Mundial no pasa de la convención general de estas épocas a partir de la cual todo el mundo se cuestiona y critica la discriminación de género y las desigualdades que existen en las instituciones. El análisis que traté de hacer fue mostrar la enorme desigualdad de género que existen en instituciones como el propio Banco Mundial. Es decir, mostrar cómo el Banco Mundial denuncia la discriminación de género y por otro lado es una institución profundamente sexista. Además, traté de llevar esto al campo donde están quienes han hecho en nuestras sociedades la crítica más profunda a la discriminación de género, que han alimentado el movimiento feminista y a los movimientos de mujeres en toda América Latina que son nuestras universidades para ver si en nuestras universidades la realidad es diferente a la del Banco Mundial, sabiendo que en nuestras universidades estamos los que, de manera general, criticamos políticas de discriminación y exclusión como las del Banco Mundial. Y ahí es cuando nos llevamos algunas decepciones, porque creo que, siendo nuestras universidades espacios públicos y democráticos, es necesario discutirlas.
La primera evidencia: ha habido un crecimiento de las mujeres en la matrícula universitaria en todo el mundo. Pero en algunos países de América Latina esto ha sido extremadamente intenso durante los últimos 30 años. Y de manera general, en muchos de nuestros países hay más mujeres en las universidades que hombres. Inclusive, carreras universitarias que históricamente eran masculinas han tenido una tendencia que los analistas identifican como de feminización. Esto es, han entrado más mujeres en cursos como ingeniería, en las ciencias duras, en campos de investigación y no solamente en el servicio social, en educación física o ciencias de la educación que eran las carreras tradicionalmente femeninas.
Entonces, hoy hay más mujeres que hombres en las universidades. Sin embargo, esto no se corresponde con un aumento de la presencia femenina en el gobierno de las universidades, lo cual es un problema que merece ser discutido.
– CP: De todos modos, en Europa están peor…
PG: Pero esto es una guerra entre derrotados, porque lo que está claro es que hay desigualdad de género en todo el mundo. También es una de las características arrogantes de los informes como los del Banco Mundial que ponen siempre el problema en los países de bajo desarrollo, como si solo hubiera desigualdad de género en los países más pobres.
Hay desigualdad de género en los países más pobres y también en los países más ricos, porque el análisis en todos los países de Europa, por ejemplo, de los niveles de acceso de las mujeres a los cargos de catedráticos —que en Europa son los profesores titulares más reconocidos— es también bajísimo y no supera el 20%. En los países escandinavos, que son los más democráticos, llega a menos de un cuarto de la población docente más reconocida y prestigiada siendo mujeres.
– CP: Ha habido avances en cuanto a los lugares de poder que van ocupando las mujeres. Hay algunas mujeres rectoras que han llegado a conducir una universidad. Sin embargo, no es una cifra significativa.
PG: Ahí hay dos cosas. Primero, ¿hay cambios? Sí. Las mujeres mejoraron sus posiciones relativas dentro de la sociedad. Lo que hay es una sincronía del crecimiento de la presencia femenina en ciertos espacios de la sociedad, como por ejemplo el sistema educativo, y en la proporcionalidad que esto debería tener en otros. Es decir, si antes no teníamos ninguna mujer y ahora tenemos dos rectoras esto es un avance seguro. Pero si hay 120 rectores, este avance parece ser bastante limitado con relación al avance que han tenido las mujeres en otros espacios.
El sistema educativo es un buen ejemplo, porque antes se explicaba que las mujeres no llegaban a los rectorados porque no estudiaban las carreras de las ciencias duras y de aquellas que tienen una capacidad competitiva mayor dentro de las universidades —como son las ingenierías y la medicina en términos de investigación biomédica, que generan los rectores más poderosos dentro de las universidades—. Entonces, había pocas rectoras porque la distribución del poder se concentraba en estas áreas más duras. Bueno, hoy las mujeres llegan a esas áreas más duras y tampoco logran ser rectoras. Lo que quiere decir que lo que impide que lleguen a los rectorados no es eso, sino criterios de discriminación sexual.
– CP: Porque no tiene que ver con la falta de capacidad… las mujeres, por ejemplo, llegan a lugares importantes como las secretarías académicas.
PG: Sí, pero ese punto también lo podemos analizar, irónicamente y como una provocación, porque curiosamente cuando las mujeres llegan a los espacios de poder sigue habiendo una cierta distribución del trabajo dentro de las universidades, porque las secretarías académicas son las secretarías del lío, de la confrontación, donde tenés que arreglar la casa, cuidar a los chicos y a los docentes, poner las cosas en orden. La secretaría académica es la administración de la familia. Ahí, curiosamente hay mayoría de mujeres. En la secretaría de administración financiera, en cambio, ¿dónde están las mujeres? Y naturalmente en los rectorados, tampoco. Por ejemplo, Argentina, que no es el peor país de América Latina, tiene un índice bajísimo. Nosotros relevamos 24 universidades y solamente cuatro tienen rectoras mujeres entre las universidades más importantes. Esto es un problema.
También es importante destacar que no necesariamente una universidad con una rectora mujer significa que va a mejorar. Plantear eso sería partir de una presunción también sexista de que las mujeres administran mejor que los hombres. Esto no es así. Las mujeres no administran mejor que los hombres, ni peor. Administran igual. Si las universidades son malas, serán malas con mujeres y con hombres también. El tema de la distribución de los cargos y la discriminación de género tiene que ver con la justicia social y con la equidad. Tenemos que ser iguales, inclusive, para hacer las cosas mal y también para hacerlas mejor. Las universidades son más democráticas si las mujeres tienen mayor participación en los rectorados.
– CP: ¿Cuáles te parecen que son las causas que generan esta inequidad?
PG: Hay varias razones. Una muy importante es que el sistema educativo tiene muchos problemas, pero sigue siendo dentro de nuestra sociedad uno de los espacios más democráticos. Es por eso que hay más equidad de género en el sistema escolar que en el mercado de trabajo.
Nosotros debemos tener capacidad de analizar, criticar y cuestionar el mercado de trabajo. El principal espacio de discriminación, segregación y exclusión que existe en nuestras sociedades es el mercado de trabajo. Y es el espacio que supuestamente está fuera de toda sospecha y cuestionamiento. Es más, es el espacio por el cual todo el mundo dice movilizarse y defender para que crezca, se fortalezca y para que produzcamos más. Obviamente, yo estoy a favor de todo esto para que América Latina continúe en esta senda de desarrollo, pero tenemos que tener mucho cuidado porque en esos espacios no cuestionados, que son los mercados de trabajo, es donde se producen los mecanismos de discriminación y de segregación de los más pobres y de los sectores más vulnerados de la población. Nuestro desafío sigue siendo regular esos mercados, ponerles normas, generar condiciones de igualdad y hacer que funcionen según los principios de la justicia social y los derechos humanos. Que es exactamente lo que no ocurre en los mercados de trabajo, en los países más pobres y en los más ricos.
Entonces, el gran problema hoy de las desigualdades de género —y no solo de género, también racial, por cuestiones lingüísticas, regionales, nacionales, etc— es la producción y reproducción de estas desigualdades al interior de los mercados de trabajo.
Esto es lo que yo creo que tenemos que empezar a mirar con más desconfianza y menos adoración. Dentro de los sectores conservadores naturalmente, pero también dentro de los sectores progresistas porque muchas veces acabamos cayendo en esta tentación de mirar al mercado de trabajo como una especie de espacio auto-regulado por las leyes de la regulación silenciosa y voluntaria entre los individuos, cuando es el espacio donde se tejen y se construyen las injusticias más profundas en nuestras sociedades.
– CP: ¿Y por qué te parece que en las universidades se da este retraso del avance de las mujeres? Qué cuestiones propias del manejo de la vida académica hacen que la mujer no pueda o no quiera avanzar?
PG: En principio, vamos con el debate que se da siempre: ¿las mujeres quieren o no quieren avanzar? El tema de la voluntad en términos políticos y sociológicos es absolutamente irrelevante. Si la gente quiere o no quiere es un problema que se resuelve a la hora que tiene que tomar sus propias decisiones, lo que no puede es no tener la oportunidad de hacerlo. Lo que nosotros tenemos hoy en nuestras sociedades son barreras que impiden hacerlo. Entonces, si las mujeres quieren o no ser rectoras es un problema que cada mujer decidirá.
Nosotros también hicimos un estudio sobre las licencias de las mujeres en América Latina que muestra objetivamente que para una mujer muchas veces, especialmente cuando son pobres o de clases medias emergentes y quieren tener una inserción profesional, la maternidad se transforma en una limitación. No hay opción, no se puede elegir: es una cosa o la otra. Para elegir es necesario tener garantías, oportunidades y reconocer las diferencias que existen, por ejemplo, entre hombres y mujeres a la hora de ejercer la maternidad y paternidad. Entonces, se puede tomar la decisión de querer o no querer una vez que estamos todos en igualdad de condiciones. Hoy, no existe la igualdad de condiciones.
Pero, ¿por qué ocurre esto en nuestras universidades, que son espacios donde en general está la gente que piensa desde una perspectiva más progresista? Yo lo pienso, un poco de manera provocativa, como la hipocresía de género. O sea, el género se ha transformado hoy en un lugar común del discurso políticamente correcto. Hoy nadie se atrevería a no hacer de la igualdad de género una especie de épica de la democracia. No está mal. Esto es en buena medida resultado de la lucha de las mujeres. Es decir, se ha puesto este tema en la agenda política y nadie, en su sano juicio, se atrevería a dudar de que se trata de un derecho.
Ahora, el problema es que las sociedades tienen mecanismos muy complejos de procesar las desigualdades. Entonces, cuando hay un avance democrático la desigualdad se corre hacia adelante. Es lo que en algunos trabajos llamamos “la persistencia de las desigualdades”. Y los sectores conservadores son en general bastante más astutos que los sectores progresistas y saben que el gran problema no es continuar defendiendo lo antiguo sino llevar las cosas hacia adelante. Es decir, procesar hacia adelante nuevas desigualdades.
Entonces, la entrada de las mujeres a la universidad fue una conquista de las mujeres y de los sectores populares, progresistas y nacionales que lucharon para la democratización de las universidades y esto es una gran conquista. Pero pensar que por esto se acabó el gran desafío nos puede llevar a una situación bastante cómoda e hipócrita, porque lo que ocurre hoy en buena parte de los partidos de izquierda y de los sindicatos es que la mayoría de los dirigentes son hombres, en buena parte de las instituciones sociales de mayor prestigio y poder casi todos los dirigentes son hombres. Aun cuando son gobiernos democráticos, populares y hasta conducido por mujeres, la mayoría masculina sigue intacta. Entonces, esto es necesario ponerlo en discusión para que nos tomemos las cosas un poco más en serio y tratemos de salir del discurso políticamente correcto que nos deja tranquilas las conciencias pero cambia bastante poco la realidad.
– CP: Volviendo a las desigualdades que genera el mercado de trabajo, ¿cómo es la situación salarial?
PG: El mercado de trabajo discrimina por razones de género, raza, sexualidad y muchos otros criterios y esto se verifica en los niveles salariales, porque la forma objetiva que tenemos de ver cómo se produce la discriminación dentro del mercado es por la dificultad de acceso a los puestos de trabajo y, por otro lado, cuando acceden a los puestos de trabajo a partir de las diferencias que el mercado crea. Porque el mercado es una máquina de segmentar, de clasificar y diferenciar a la gente, y lo hace de la forma más eficaz que es a través del dinero: le paga más a los que cree que valen más y le paga menos a los que valen menos.
Entonces, se podría decir que las mujeres trabajan en peores trabajos que los hombres y por eso, en términos proporcionales, ganan menos que los hombres. Pero el tema de la desigualdad de género en el mercado de trabajo, y particularmente en el salario, se nota cuando se compara el mismo tipo de trabajo en la misma profesión con los mismos niveles de formación y en las mismas franjas de edad. O sea, si uno analiza hoy a una mujer en cualquier país latinoamericano, de 20 a 24 años, con estudios superiores o medios completos y la compara con un hombre en la misma condición en un gran centro urbano —como, por ejemplo, Buenos Aires, San Pablo o la ciudad de México—, la diferencia salarial promedio llega casi al 40%. Es decir, ejerciendo la misma profesión esta diferencia se mantiene inalterada.
En algunos países, inclusive, aumenta cuanto más aumenta el grado de escolaridad: esto quiere decir que cuando se comparan hombres y mujeres pobres con bajos niveles de escolaridad, la diferencia salarial en el mismo trabajo es menor que cuando se comparan hombres y mujeres con niveles educativos más altos. Entonces, cuanto más estudian las mujeres parecerían ser castigadas en el mercado de trabajo con más desigualdad.
Esto tiene que ver con muchos temas: los pagos, las condiciones de trabajo, la precariedad y la falta de protección laboral es mucho más grave en las mujeres. Para los empleadores, los “riesgos” que supone contratar a una mujer —por los embarazos potenciales o prejuicios que dicen que las mujeres son más débiles que los hombres— hacen que se contraten mujeres bajo sistemas de protección mucho más débiles y vulnerables. Así, las mujeres corren mayores riesgos en situaciones de crisis económicas.
Argentina lo vivió en el año 2001: los principales niveles de desempleo aumentaban en los sectores más vulnerables, esto son los jóvenes y las mujeres. También está pasando hoy en Europa. Y como hay mucha gente que reúne las características de ser joven y mujer, son las mujeres jóvenes las principales perjudicadas. Cuando a esta situación se suma que esas mujeres son migrantes, negras o pertenecen a ciertos grupos que sufren más la discriminación, los niveles de segregación se amplifican.
– CP: ¿Esto se puede verificar en todos los países de América Latina o hay algún país que genere mejores condiciones que otro?
PG: Esto se puede verificar de manera general en todo el mundo. En América Latina hay bastante regularidad. Han habido avances importantes en muchos países de América Latina, pero todavía hay niveles de desigualdad muy grandes.
Nosotros hicimos una investigación sobre niveles educativos y desigualdades salariales en Brasil —que es uno de los países que tiene mejor información para este tipo de comparaciones— y los datos son espeluznantes. Por ejemplo: de cada 100 mujeres negras, cinco llegan a tener estudios superiores completos en Brasil. O sea, 95 mujeres negras quedaron por el camino. Se supone que si fuera por el mérito esa mujer debería tener un reconocimiento impresionante dentro de la sociedad. Sin embargo, hoy el salario de una mujer negra que ha estudiado cursos superiores de ciencias sociales y humanidades es, en promedio, igual al salario de un hombre blanco que tiene estudios secundarios completos. Y hoy, en Brasil el 85% de los hombres blancos tienen secundario completo. Lo que significa que es mucho más fácil que un hombre tenga estudios secundarios completos si es blanco en Brasil que una mujer negra termine la universidad. Sin embargo, cuando el mercado de trabajo va a remunerarlos, supuestamente en función de la capacidad intelectual, experiencia y productividad, le paga a la mujer negra lo mismo que si fuera un hombre blanco con estudios secundarios. Esto es discriminación, exclusión y diferencia salarial.
Inclusive, hoy existe en el sector público diferencia salarial a pesar de que las leyes de todos los países del mundo impiden que en el sector público se discrimine por género. Lo que ocurre es que en el sector público parte del salario se compone a partir de bonificaciones —especialmente en la educación y en las universidades—. Y poder acceder a las bonificaciones depende de la capacidad competitiva de las personas —no son para todos, sino quienes reúnen algunas características—. Pero esas características están contaminadas de sexismo.
En las universidades esto es claro porque en general el momento de la productividad académica empieza en el mismo momento de la maternidad para las mujeres. Entonces, las mujeres entran en un impasse, producto del ejercicio de su maternidad, mientas los hombres comienzan a avanzar. Esos cinco u ocho años permiten que los hombres saquen ciertas ventajas que después son irrecuperables para las mujeres. Ningún sistema de incentivos en ninguna universidad latinoamericana reconoce la maternidad como parte del tiempo productivo de una mujer, lo considera tiempo improductivo. Para el salario valen más tres artículos que haber tenido tres hijos. Entonces, hay elementos que no podrían ser medidos en términos de productividad académica. Sin embargo el salario depende de la productividad académica, razón por la cual las mujeres entre los 25 y los 32 años —que es el momento en el que se producen más nacimientos en Latinoamérica— van quedando rezagadas y esa distancia perdida no se recupera nunca más. Por eso la gran mayoría de los catedráticos en España son hombres: no porque las mujeres sean menos inteligentes o menos capaces, sino porque han perdido un tiempo que al momento de la promoción cuenta.
En la Argentina es mucho más fácil que una mujer llegue a la presidencia de la República que a la Cancillería, por ejemplo. Esto es una vergüenza. Que ningún Ministerio de Relaciones Exteriores sea dirigido por mujeres significa que es un asunto de hombres dirimir los grandes temas de política internacional. Estamos igual que en el siglo 19, aunque las cosas han cambiado. Entonces, poner esto en discusión es necesario para poder pensarlo. Los hombres tenemos tanta responsabilidad como las mujeres en discutir estas cuestiones y ponerlas en la agenda política para encontrar caminos de superación. Esto no se va a superar por la propia tendencia o homeostasis de un sistema que se va democratizando porque las mujeres están mayor presentes en número dentro de la sociedad. No hubo democratización del gobierno universitario aunque las mujeres ya hace muchos años que están en las universidades. Argentina fue el primer país de América Latina, junto con Uruguay, en democratizar el acceso a las mujeres en la enseñanza superior. Es decir, hemos tenido un avance extraordinario pero, sin embargo, no tenemos buenos desempeños en este campo. Estamos tan atrasados como muchos otros países donde las mujeres entraron 30 o 40 años después a las universidades. Lo que significa que hay que hacer políticas específicas. La cuestión de género es una cuestión de política pública que requiere de la definición de acciones, programas y medidas. Hay muchas que ya existen, pero otras se pueden inventar.